17 de marzo de 2009

El viaje psicodélico.

Hace tiempo acudí a un curso de creación y diseño literario; como pocas veces, me encantó hacer mi tarea e incluso excedía mi producción. Uno de los objetivos era crear un concepto y desarrollarlo conforme el curso avanzara. Me decidí por tomar a María Félix como parte de mi concepto, creando pequeños diálogos con una asistente ficticia que resultaba muchos años más joven que ella, adicta a la cafeína y a sus modales del alto refinamiento.


Les presento uno de mis favoritos:

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Otra vez, me había retrasado en la cita, maldición! Me esperaba otra de esas frases que suele decir cuando saca su lado cínico, que sabe que por momentos no tengo mayor recurso que aceptarla y sólo esperar a que me indique con su dedo índice el lugar que quiere que ocupe…

Y así fue, la frase que me aplicó ese día fue:

-Me voy acostumbrando que en esta vida sólo dos cosas llegan a tiempo… la muerte y yo!

Bueno, ni siquiera pude reclamar, para qué? Al final del día creo que he desarrollado ese gusto por su lado instintivamente soberbio.

Esta vez, había elegido una mesa al aire libre, cosa que me pareció extraña, pues mencionaba que sus carísimas cremas eran extraordinarias pero siempre dudaba de su efectividad, así que ese día quería ponerlas a prueba, así que sólo cargo sus lentes, esos de marca que no faltan en el guardarropa de toda mujer viajada hasta la médula… y ella era una de esas.

Me quedé mirándola por un rato, entre el ruido de los carros, las voces piteras que mezclan frases en inglés (hello, nice, cool), ella en su pose de estatua de sal mirando hacia el sol, volteó a verme y me dijo en su característico tono burgués:

-Me he aburrido de estas tonterías, no me voy a pasar otros cinco minutos en esta pérdida de tiempo… yo tengo demasiado que ofrecer como para desperdiciar el tiempo en estas ‘gatadas’.

Le propuse que platicáramos de algo que le resultase ‘raro’, me miró de un modo inquisidor y respondió:

-¡No! De joterías tampoco quiero hablar, esas locas que caminan por la calle quieren adquirir mi estilo y eso es deprimente, ¿Acaso no tienen otros modelos a seguir?

Entonces yo con mi cara de estúpida por lo que acababa de oír, le dije de un modo un poco más comprensivo:

-Señora, me refería a hablar de algo que no sucede frecuentemente -odio ese modo de hablar con ella, tan estúpidamente educada- algo así como una experiencia sobrenatural...

Volvió a mirarme del mismo modo antes usado y pensé que me iría a pendejear, como era su sagrada costumbre con todo el mundo, pero se quito los lentes de marca (¡Súper nice!), se acomodó en la silla de bejuco, aspiró profundamente, meditó por unos instantes y con sus acostumbrados ademanes de dandy inglés de principios de siglo (claro, esos también eran unos jotos, aunque no sé si ese dato lo supiera) y empezó su relato:

Estaba yo ahí, sola, porque hay veces en que es mejor estar sola, miraba fijamente, así como al horizonte, de pronto como que escuché a lo lejos una melodía, pensé que era música clásica pero no… no correspondía a Mozart o Chopin. Porque conozco de sobra esa clase de música, no me pudo dar el lujo de ignorarla, yo con la amplia cultura que poseo, no puedo darme ese lujo, pero esa música no era del todo mala.

De pronto, todo se torno en colores muy vivos, yo me dije que estuviera tranquila, que no pasaba nada, pensé por un momento que era la maldita presión, pero no… alcance a sentarme en un sillón decente que había por ahí, ni modo, hay veces en que no se puede elegir y tuve que sentarme en un sillón corriente… pero la visión esa seguía transcurriendo, de pronto empezaba a tomar formas muy raras, pensé que algo raro pasaba cuando me di cuenta de que todo iba en coordinación, perfectamente coordinado, la música seguía pero mi atención se centraba en las imágenes que mi mente no lograba procesar del todo, había un sonsonete a lo lejos, no era desagradable, era hipnótico…

De pronto, tomé conciencia de mí y grité para que eso parara: ¿Quién es el infeliz hijo de puta que quiere volverme loca?

Ni modo, hay veces que una tiene que decirlo de esa forma para que se entiendan las cosas, porque no hay sinónimos que indiquen lo que uno quiere decir… en ese instante, todo estuvo a oscuras, sin ruido ni nada alrededor, aspiré profundamente y me volví a sentar; de pronto alguien apareció y me dijo que si me encontraba bien, por supuesto le menté la madre. ¿Acaso mi cara no le respondía esa pregunta tan idiota?

Salí de ahí con todo el garbo que puedo poseer y les grité en su cara que nunca volvería a pisar ese tugurio de mala muerte; después en mi casa (lujosísima) medité sobre lo ocurrido y de momento, sólo por un momento pensé que quizás fui objeto de una abdución… me imagino que sabrás que significa eso, aunque no creo en los extraterrestres, pero lo ocurrido no correspondía a mis patrones lógicos.

En ese momento, tomó un sorbo al delicioso café oaxaqueño que había pedido, me miró indicando que el relato había terminado y volvió a ponerse sus lentes y tomar esa pose que solo ella puede tomar.

Mi celular sonó justo en ese instante, me preguntó que qué era eso que sonaba, le expliqué que era el timbre musical que le puse a mi teléfono móvil (aún no comprendía el concepto de celular, menos de tono), extrañada me dijo, claro sin perder la pose:

-Así sonaba esa música, quién es? Seguro un genio como Mozart o Chopin

Yo solo sonreí y le dije:

-Es Mozart en una de sus últimas creaciones

Ella complacida tomó la pequeña taza con delicadeza afrancesada y siguió mirando al horizonte cerrando ese episodio ‘raro’…

Claro, no podía decirle que era: Stairway to heaven, capaz que me abofetea en plena calle burguesa y yo sin poderle rebatir, a veces es mejor darle la razón.

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