19 de febrero de 2009

Señales de humo.


-¿No quieres invitarme un trago?
-No

-¿Quieres saber mi nombre?
-No

-¿Quieres que te haga compañía o no?
-No

Ahí iba la cuarta de la noche, la pelirroja de la barra, a la cual ignoré desde un principio pero era la más linda en apariencia, aunque su voz era nasal, tan insoportable que a la primera pregunta, la quise correr.

Yo sólo quería tomar en paz mi trago, mi whisky en las rocas. El que llevaba un largo rato en mi mano, mientras yo miraba a la nada. No había sido un día bueno… nada bueno, hasta que acabé aquí, en un bar donde abundan esos escuincles que se emborrachan con cerveza barata. Uno puede deducir en un bar quien lleva dinero en la bolsa: por el trago; los más pudientes y a decir de las mujeres, los que valen la pena, son los que traen una copa en la mano; si es un jaibol, sólo tomará de una a dos, eso significa: dinero limitado; copa coctelera: con dinero suficiente para pasarla bien; vaso old fashion: trae buena cantidad de dinero, incluso como para invitar un par de tragos; los martinies los consideran algo fuera de moda para un hombre, lucen mejor en una mujer, porque su mano se ve tan estética, tan fina, que llega al punto enfermo de que si un hombre trae uno queriendo parecer James Bond, inmediatamente es considerado gay. Al último, vienen los que traen cerveza; esos sólo obtendrán un teléfono erróneo, sólo es por esa noche… a menos que sea una cerveza de lujo.

Así funciona el mundo, las mujeres son igual… todo mundo manda señales que sólo captan los que las quieren captar: mirada insistente pero casual, roce de mano con el cabello, risa en voz alta, sonrisa coqueta y una que otra mirada furtiva, es naturalmente un coqueteo; lo sé porque toda la noche lo he visto, una tras otra. Lo malo, es que su naturaleza les busca siempre a fijarse en el peor de los prospectos. Su selección hormonal va más encaminada a los hombres con personalidad difícil; los tímidos, los callados, los pretenciosos siempre son relegados; buscan el toque salvaje y aventurero para poder adoptar el papel de inocentes y actuar como las indefensas y con eso elevar nuestro ego.

Se ven inocentes pero en el fondo, aplican muchos trucos para provocar que actuemos según su gusto… son tremendamente crueles, saben dar golpes muy bajos sin previo aviso. Últimamente, prefiero enfrentarme a una turba de hombres enojados que a una mujer, nunca se sabe dónde, cómo y cuál será su golpe.

Un beso, una mirada, una palabra basta para aniquilar. Por eso prefiero los golpes, porque esos se ven a simple vista, dejan marcas visibles, sabes donde fue el golpe; sabes cuando sanó, cuando desapareció la herida.

El whisky me gusta, sabe fuerte, deja un aroma por la garganta que lejos de molestar, te calienta conforme baja por el esófago. Pareciera que la describiera, tal cual pasa con ella. Por eso precisamente, caí en este lugar. En otra circunstancia, me habría comido más de una boca urgida, de manosear cuerpos de una sola noche. Pero no es así. Todo me ha cambiado.

Maldita la hora en que la vi, en que la seguí, en que la acorralé y la besé sin permiso, en que sentí su mano en mi entrepierna y me endurecí; sólo me bastó mirarla a los ojos para ya no dejarla esa y las demás noches.

No es mi estilo ser fiel, no creo que lo sea; pero por hoy, me haré el desentendido, no lo he probado antes. No es que me agrade, no es que me incomode, sólo que no me reconozco así, tan decidido a hacerlo aunque sea por hoy.

¿Será que es una prueba que ella me puso? Porque no me di cuenta en qué momento ocurrió o de cómo me vino a la mente hacerlo, no recuerdo si fue una apuesta, una orden o una petición. A veces siento que me hace actuar como ella quiere, lo peor es que no pongo resistencia ni sé cómo lo hace o en qué momento accedo, es el enemigo a vencer.

Ya casi cierran, mi vaso está tibio, hay poca gente, hay pocos borrachos que sacar a patadas. La pelirroja limpia la barra mirándome con cierto desdén, puedo olfatear su disgusto e indiferencia dura y áspera hacia mí. Me mira de reojo con desprecio, ninguna mujer tolera el desprecio, la indiferencia y no lo oculta. He mirado sus pechos unas veces, pero no puedo sentir más allá que simple curiosidad para admitir que tiene bonitas tetas, pero no más.

Me tomó el último trago y me largo, hace frío pero tengo calor. La pelirroja sale detrás de mí casi corriendo. Me vigila y en su ademán de indiferencia aún me desprecia, aún me humilla en su mente y actúa de modo concienzudo, a tal grado que me hace detenerme y voltear.

-Casi lo logras
-Te gané esta vez
-Casi
-No te creo, te vi cuando las otras chicas se acercaron
-Sólo ponía atención
-Estas pruebas son estúpidas
-Entonces, ¿Por qué las aceptas?

Ni me molesto en contestarle, porque sé que sabe la respuesta.

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