"Se puede experimentar tanta alegría al proporcionar placer a alguien que se sienten ganas de darle las gracias."
Henry Montherlant
Siempre era la misma hora, siempre el mismo camino, la misma hermosa doncella de cabellos negros rizados y ojos color miel; siempre adornada con esa aura virginal que ante sus ojos, pasaba desapercibida.
Pero no para él. No para el Conde Couttou, que desde una alta ventana se postraba tras la cortina a mirar furtivamente a esa delicia de doncella; a la cual quería poseer más allá de la carne, más allá de su imaginación y deseo.
Madame Zhuttar tenía la firme intención de hacer de Silvana su pase directo a la riqueza; sólo eso tenía en la mente, propósito que no pasó desapercibido para los oídos de Couttou. No tardó mucho construir la negociación con Zhuttar para quedarse con Silvana... su ya Silvana.
Poseer a una doncella de 14 años, no era 'bien' visto para un caballero gentil de su clase, de su edad; si sus años contaban como demasiados para tener a una doncella a su cargo, al menos si fuera como un mentado mecenas que figure de filantrópico social y sea un ejemplar personaje.
Así era el plan tan simple de Couttou para abrirse paso ante las miradas de una sociedad tan moralmente negra, como negras eran sus intenciones de 'educar' a Silvana.
Las primeras semanas, Silvana intentó escapar de varias formas, incluso colgándose del dintel plateado del que colgaban velos para cubrirla de los molestos mosquitos; pero se tranquilizó cuando Couttou ni siquiera la molestara, cuando después de 15 días en esa casa, él no hiciera acto de presencia para exigir sus derechos sobre ella; derechos que de antemano Zhuttar le había hecho saber, el precio pagado por ella exigía altos favores, solicitados a su tiempo.
Paseaba por las amplias habitaciones, reconociendo los rincones, los pasillos y las maravillas que ahí se albergaban; 3 mozas estaban a su cargo para que ella no se preocupara por nada, pero esas mismas mozas tenían estrictamente prohibido hablar con ella más allá de lo esencial; al igual que tenía prohibido salir de la propiedad sin el permiso y compañía de Couttou, pero como éste no daba señales de vida y las comodidades brindadas le bastaban, la idea de salir no le era tan provocativa.
-Son tuyos, si los lees.
-Empezarás por el libro al fondo, el de pastas blancas y seguirás de filo por ese mismo entrepaño. -¡¿Todos esos?!
-Pronto los terminarás, cuando termines, dejarás el último libro en la mesilla junto a la puerta de mi habitación y te dispondrás a darme una cátedra sobre ellos.
Esa enmienda sonaba a educación, aspiración que para sus propios recursos no estaba a su alcance, caminó hasta alcanzar el libro indicado mientras se quedaba a solas. Empezó a leer y lo que leía le empezaba a dar asco, pudor, vergüenza y miedo; de repente, lanzó el fino libro por los aires y trató de salir corriendo de ahí.
¿Qué era lo que pretendía ese viejo que ella aprndiera? Entre sus lágrimas y gritos de auxilio, rezaba, rezaba en voz alta para que la oyeran esos oídos que parecían ya no hacerlo. Pero al filo del día, se levantó, recogió dicho libro y leyó, leyó hasta terminarlo de golpe y seguir con el siguiente.
-Hoy te entrego mi virginidad, quiero que manches de rojo todo mi cuerpo, tu cuerpo; quiero que hoy me hagas mujer y dentro de 3 días volveré para darte esa cátedra que me solicitaste y que te daré con gusto.
-¡Eres una insolente! No te vuelvas a dirigirte a mi persona de ese modo o...
-¿O qué? Fuera de esta y cualquier cama serás mi dueño, pero en ellas seremos iguales o si lo prefieres, búscate a otra que te dé cátedra.
Couttou se excitó a tal grado que corrío a besarla, morderla y penetrarla sin control; después disciplinaría a esa escuincla que pretendía estar a su altura.
Después de unas horas, Silvana regresó a su habitación con una sonrisa malvada dibujada en su rostro, sonrisa que si Couttou hubiera visto, sabría que un demonio se hallaba albergado en su propia casa, tan bello e irresistible, tan maldito y cruel; maldita la hora sería cuando posó sus viejos y perversos ojos en ella.
A los 3 días, Couttou esperaba impaciente la llegada de Silvana que puntual acudió a la cita; esta vez, las órdenes estuvieron a cargo de Couttou, quién la desnudo a tirones, la mordía, rasguñaba y golpeaba a discreción; rudeza que Silvana desconocía y que se convertiría en un afrodisíaco que no dejaría jamás.
En un arranque, volteó a Silvana de espaldas y mientras sus dedos la penetraban, su lengua encontraba un nuevo recoveco; Silvana desquiciada, gritaba de placer, de dolor, gritaba exigiendo más fuerza, más rudeza y en un rincón de su alma, empezaba a sentir miedo de todas esas venidas placenteras que parecían prohibidas porque en el fondo, su Fe aún la protegía de perderse en ese oscuro abismo del cual ya no sabía si saldría.
Pippo Montre llegó presuroso a la Casa Couttou, al examinar a Silvana, no debería tener gran intuición para saber lo que había ocasionado dichas llagas a lo que Couttou le pidió gran discreción e hizo entrega de algunos francos en agradecimiento. Las visitas fueron numerosas ya que las curaciones y revisiones no podían descuidarse o podrían infectar a Silvana, visitas que no pasaron inadvertidas por ella ni por Couttou, quien empezara a sentir celos, como todos los de su clase cuando la presa ataca con sus armas a otro cazador.
Silvana dispuso la cita y Couttou preparó todo; a pesar de sus celos, le excitaba la idea de ver a su Silvana viniéndose con otro hombre y eso quería verlo. Además, el insulso Montre a decir de otras doncellas y señoras, no representaba gran amante, si acaso pasaba por 'mediocre'.
De un tirón, separó a Montre de Silvana y lo lanzó al gran salón, pegándole un tiro en la frente; al día siguiente, todo lucía como si nada hubiese pasado.
Trataba de consolarlo y darle instrucciones de cómo hacerle para lograr esa venida triunfal, pero Couttou jamás pudo igualar el efecto y cada vez se derrumbaba más.
De pronto, mientras él succionaba y penetraba con rudeza a Silvana, ésta cansada del poco placer que ya le proporcionaba, le aventó con fuerza y gritó:
Era cierto que Silvana era malvada pero aún le altaba mucho para aprender a ser cruel y mortal, cuando reaccionó y miró como Couttou se le abalanzaba encima, empezó a sentir como el aire le faltaba y el miedo que hace mucho había olvidado, le vino de nuevo pero las sombras le abrumaban todo... hasta que todo eran sombras y sentía su cuerpo caer sin poder evitarlo.
-Mi amada Silvana, es probable que me hayas dado el mayor placer de mi vida y eso es lo que te agradezco, pero soy tu amo, tu señor, tu hombre pero no tu títere; tu placer me pertenece y pagué por él, no por tí; así que en este cofre me llevo lo que me pertenece.
2 buzón de quejas:
Wow!
El relato atrapa, sin duda. Tiene momentos sumamente sensuales y otros, francamente decadentes... quizá por ello tan seductores...
Pero el final me tomó por sorpresa!
Maestra!
G.
G:
Muchas gracias por el cebollazo!!! (pero considero que aún estoy en plastilina 1).
Espero seguirte sorprendiendo y claro, tus comentarios son más que bienvenidos y un gusto que haya sido de tu agrado.
Y si, procuro sorprender.
Besos y abrazos donde quiera que andes!
Eva:
Espero te guste tu petición y no haber decepcionado en el intento.
Mil besos y que todo siga bien.
Publicar un comentario