Ya sé que odias este color, imposible de borrar con un suave roce de la servilleta. Ya sé que te cuidas de más cuando estás conmigo. Ya sé que debo ser discreta y cuidadosa; todo eso, ya lo sé.
No soy tonta ni retrasada para que me lo estés repitiendo cada que tienes oportunidad y matas mis ansías de darte placer. Además, yo no tengo la culpa de que siempre traigas contigo esa gran carga de lujuria que con sólo verte o saber que te vería, arda entre mis piernas esa pequeña parte que sólo TÚ tienes tan cerca y exclusiva.
Y no tengo la culpa de que tus propios ímpetus salgan descarrilados a abrazarme y comerme a besos. Menos tendré la culpa de que al no estar conmigo, quieras recordar mi aroma, mis texturas y mis gemidos.
Si de algo tengo culpa, es de perdigar mi carmín entre tus ropas, entre tu cuello y tus caderas; de dejar mi rastro invisible entre tus poros y estalles cada vez que deseo beber de tí. ¿Acaso eso te disgusta?
Entonces prometeré no volver a hacerlo y dejaré de usar ese carmín inquisidor al que tanto detestas, para no dejarte marcado; como si eso te ayudara a alejarte de mí.
¿Que si lo hicé a propósito?
Tal vez... aunque puede que te equivoques en tus conclusiones.
¿Maldita?
Para nada, no querrías conocer mi lado maldito, porque seguro querrías salir corriendo.
Hagamos las cosas fáciles para tí y para mí:
Tú, sigues siendo el objeto de todos mis deseos y de los cuales sé bien, te fascinan; asegurándote de tenerme para tí cuantas veces quieras. En otras palabras, seré tu esclava y obedeceré sin protestar.
Sigo usando mi carmín cuanto se me plazca, dejando un pequeño rastro por todo tu territorio, para placer mío; lo observaré y me complaceré con tan sólo mirarlo furtivamente. Después, podrás desaparecerlo si lo deseas.
Jamás, vuelvas a pedirme que me preocupe por otra... Ése es tu trabajo.
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