Todos tenemos un gran defecto; el mío: QUERERTE.
Así, con mayúsculas, que resalte y lastime la vista.
Uno puede elegir a los amigos, la playera que se pondrá en domingo, qué helado probar; pero jamás podrá elegirse a quién amar, a quién suspirarle en los silencios, con la luz prendida o apagada; en la acera de enfrente o en la banca del parque, en ésa donde paso largos ratos a solas, extrañando la compañía de a lado.
Hace tiempo, me perdoné ese defecto, aunque para muchos no tenga síntomas ni solución; algunos optimistas hippies me regalaron aspirinas para el dolor, otros sádicos me recomendaron sacarme el corazón y botarlo en el primer desagüe que encontrara.
Eso sonaba tan alentador, que me paré justo a la orilla de un puente, abrí mis alas al viento y cerré los ojos. Pero lo único que conseguí fue abrir los ojos y bajar los brazos, dar un paso hacia atrás y seguir mi camino; tomar un trago y tirarme en mi cama, esperando que el día por seguir sea más benigno.
Pero los asuntos pendientes regresan en sueños, apenas perceptibles. Cuando uno está herido, se está más atento a los detalles, al dolor interno, al torbellino que ahoga la respiración y gritamos mudamente para no despertar a los demás.
El que invente y financie el 911 para los locos enamorados rotos, se hará millonario a las pocas horas de hacerlo. Sin dar terapia, sólo oyendo las rimas que fluyen sin problema; o enjugando el llanto que no puede viajar por la línea telefónica...
Porque de todos, no hacemos uno... es pararte en el frente y saber que sólo te queda un instante y al otro quedar muerto. Mientras en la mente, llevé un QUERERTE con mayúsculas que me lastimen la vista y el corazón; seguiré con mis muchos defectos, QUERIÉNDOTE.
Y de todos tus defectos... recuerdo ninguno.
25 de marzo de 2009
Y de todos, ninguno.
perpetrado por Malayerba Dárgelos
contenido: perfume sádico, relato a la orden
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