4 de abril de 2010

Anatema 700... 3


El cofre.


"Se puede experimentar tanta alegría al proporcionar placer a alguien que se sienten ganas de darle las gracias."
Henry Montherlant


Siempre era la misma hora, siempre el mismo camino, la misma hermosa doncella de cabellos negros rizados y ojos color miel; siempre adornada con esa aura virginal que ante sus ojos, pasaba desapercibida.

Pero no para él. No para el Conde Couttou, que desde una alta ventana se postraba tras la cortina a mirar furtivamente a esa delicia de doncella; a la cual quería poseer más allá de la carne, más allá de su imaginación y deseo.

Madame Zhuttar tenía la firme intención de hacer de Silvana su pase directo a la riqueza; sólo eso tenía en la mente, propósito que no pasó desapercibido para los oídos de Couttou. No tardó mucho construir la negociación con Zhuttar para quedarse con Silvana... su ya Silvana.

Poseer a una doncella de 14 años, no era 'bien' visto para un caballero gentil de su clase, de su edad; si sus años contaban como demasiados para tener a una doncella a su cargo, al menos si fuera como un mentado mecenas que figure de filantrópico social y sea un ejemplar personaje.

Así era el plan tan simple de Couttou para abrirse paso ante las miradas de una sociedad tan moralmente negra, como negras eran sus intenciones de 'educar' a Silvana.

La noche en que la doncella pasaría a una gran habitación de su casa, sería drogada por Madame Zhuttar; cuando despertara, se hallaría envuelta en una cama de sábanas de seda blanca, tan blanca como Couttou se la imaginaba, la deseaba, la quería.

Las primeras semanas, Silvana intentó escapar de varias formas, incluso colgándose del dintel plateado del que colgaban velos para cubrirla de los molestos mosquitos; pero se tranquilizó cuando Couttou ni siquiera la molestara, cuando después de 15 días en esa casa, él no hiciera acto de presencia para exigir sus derechos sobre ella; derechos que de antemano Zhuttar le había hecho saber, el precio pagado por ella exigía altos favores, solicitados a su tiempo.

Pero el tiempo pasaba y los favores tal vez serían otra artimaña de esa vieja zorra prostituta y de poca categoría, tal vez el destino se había apiadado de ella y por fin se encontraba a salvo. Como a salvo se encontraba su honra, ¿Qué tenía de malo pensar que su honra sería un aval que cobraría a su modo, con quien ella eligiera?

Paseaba por las amplias habitaciones, reconociendo los rincones, los pasillos y las maravillas que ahí se albergaban; 3 mozas estaban a su cargo para que ella no se preocupara por nada, pero esas mismas mozas tenían estrictamente prohibido hablar con ella más allá de lo esencial; al igual que tenía prohibido salir de la propiedad sin el permiso y compañía de Couttou, pero como éste no daba señales de vida y las comodidades brindadas le bastaban, la idea de salir no le era tan provocativa.

El día que Silvana llegó a la biblioteca, se admiró de la cantidad de libros que se contenían en las altísimas paredes del salón:

-Son tuyos, si los lees.

Oyó una voz masculina y madura, casi vieja detrás de ella; en un impulso por voltear, quedó paralizada y sólo se dispuso a oír y ser observada.

-Empezarás por el libro al fondo, el de pastas blancas y seguirás de filo por ese mismo entrepaño. -¡¿Todos esos?!
-Pronto los terminarás, cuando termines, dejarás el último libro en la mesilla junto a la puerta de mi habitación y te dispondrás a darme una cátedra sobre ellos.

Esa enmienda sonaba a educación, aspiración que para sus propios recursos no estaba a su alcance, caminó hasta alcanzar el libro indicado mientras se quedaba a solas. Empezó a leer y lo que leía le empezaba a dar asco, pudor, vergüenza y miedo; de repente, lanzó el fino libro por los aires y trató de salir corriendo de ahí.

¿Qué era lo que pretendía ese viejo que ella aprndiera? Entre sus lágrimas y gritos de auxilio, rezaba, rezaba en voz alta para que la oyeran esos oídos que parecían ya no hacerlo. Pero al filo del día, se levantó, recogió dicho libro y leyó, leyó hasta terminarlo de golpe y seguir con el siguiente.

Una noche, un libro se halló en la mesilla y a Couttou se le iluminaron los ojos, al abrir la puerta, encontró la habitación totalmente iluminada, perfumada y en su cama a Silvana, cubierta tan sólo por una bata vaporosa color blanco que le dejaba entrever su cuerpo desnudo, sus pechos redondeados y sus muslos entreabiertos, dejando ver su sexo cubierto de negrura.

-Hoy te entrego mi virginidad, quiero que manches de rojo todo mi cuerpo, tu cuerpo; quiero que hoy me hagas mujer y dentro de 3 días volveré para darte esa cátedra que me solicitaste y que te daré con gusto.
-¡Eres una insolente! No te vuelvas a dirigirte a mi persona de ese modo o...
-¿O qué? Fuera de esta y cualquier cama serás mi dueño, pero en ellas seremos iguales o si lo prefieres, búscate a otra que te dé cátedra.

Couttou se excitó a tal grado que corrío a besarla, morderla y penetrarla sin control; después disciplinaría a esa escuincla que pretendía estar a su altura.

Después de unas horas, Silvana regresó a su habitación con una sonrisa malvada dibujada en su rostro, sonrisa que si Couttou hubiera visto, sabría que un demonio se hallaba albergado en su propia casa, tan bello e irresistible, tan maldito y cruel; maldita la hora sería cuando posó sus viejos y perversos ojos en ella.

A los 3 días, Couttou esperaba impaciente la llegada de Silvana que puntual acudió a la cita; esta vez, las órdenes estuvieron a cargo de Couttou, quién la desnudo a tirones, la mordía, rasguñaba y golpeaba a discreción; rudeza que Silvana desconocía y que se convertiría en un afrodisíaco que no dejaría jamás.

Fue entonces cuando Couttou descubrió el verdadero sabor de esa droga maldita, su boca se posicionó en el pubis y clítoris de Silvana, el cuál deleitó y saboreó hasta que ella pudo separarlo a empujones; su clítoris sangraba y en medio de una lucha, Couttou volvió a succionar con fuerza, varios orgasmos se dieron de forma secuencial; los gritos y fluídos de Silvana eran como trofeos para Couttou, quien seguía enfermo de esos gemidos y cada que los escuchaba, seguía atacando sin misericordia.

En un arranque, volteó a Silvana de espaldas y mientras sus dedos la penetraban, su lengua encontraba un nuevo recoveco; Silvana desquiciada, gritaba de placer, de dolor, gritaba exigiendo más fuerza, más rudeza y en un rincón de su alma, empezaba a sentir miedo de todas esas venidas placenteras que parecían prohibidas porque en el fondo, su Fe aún la protegía de perderse en ese oscuro abismo del cual ya no sabía si saldría.

Esa escena se repitió infinidad de veces, hasta que un día Silvana empezó a sentirse mal, la rudeza con que Couttou la trataba sexualmente, la había hecho presa de hemorragias internas que impedían juguetear con la misma frecuencia. Así la necesidad de llamar a su médico de cabecera era inevitable, sólo que el médico no se encontraba disponible y el que acudiría al llamado sería un joven practicante que estaba a cargo de los pacientes por el momento.

Pippo Montre llegó presuroso a la Casa Couttou, al examinar a Silvana, no debería tener gran intuición para saber lo que había ocasionado dichas llagas a lo que Couttou le pidió gran discreción e hizo entrega de algunos francos en agradecimiento. Las visitas fueron numerosas ya que las curaciones y revisiones no podían descuidarse o podrían infectar a Silvana, visitas que no pasaron inadvertidas por ella ni por Couttou, quien empezara a sentir celos, como todos los de su clase cuando la presa ataca con sus armas a otro cazador.

Cuando la presencia de Montre ya no era necesaria, Couttou se apresuró a pedirle no acercarse ni hablar de ello con nadie; Montre por su parte, le mencionó que nada de eso se sabría con una sola condición: Que le dejara pasar una noche con Silvana, ¿Qué le sería una noche si la tendría por todas las demás? Además Couttou podría estar presente.

Silvana dispuso la cita y Couttou preparó todo; a pesar de sus celos, le excitaba la idea de ver a su Silvana viniéndose con otro hombre y eso quería verlo. Además, el insulso Montre a decir de otras doncellas y señoras, no representaba gran amante, si acaso pasaba por 'mediocre'.

Y en efecto lo era, su miembro apenas era una vara que sobresalía de su cuerpo, sus modos eran torpes y hoscos; la cara de Silvana lo mostraba así, a punto estuvo Silvana de parar ese aburrido romanceo en sus senos cuando, Montre bajó a su clítoris y empezó a lamerlo, chuparlo y succionarlo y de repente, Silvana explotó en un orgasmo intenso, delicioso y húmedo, un líquido color oro chorreaba con fuerza de la cara de Montre, líquido que alcanzó a mojar a Couttou y éste probó al instante... entonces sus ojos se inundaron de rabia, celos e ira.

De un tirón, separó a Montre de Silvana y lo lanzó al gran salón, pegándole un tiro en la frente; al día siguiente, todo lucía como si nada hubiese pasado.

Las sesiones sexuales entre Couttou y Silvana recobraron su rutina, rudeza e intensidad, pero jamás pudo lograr que ella se viniera como esa vez; en el fondo, Silvana se daba cuenta del poder que había adquirido en la ahora moribunda figura de ese Conde desahuciado y lo usaría para darle pequeñas estocadas mortales.

Trataba de consolarlo y darle instrucciones de cómo hacerle para lograr esa venida triunfal, pero Couttou jamás pudo igualar el efecto y cada vez se derrumbaba más.

Al paso de unos años, Silvana había logrado que ante la frustación de Couttou, éste le cediera más poder sobre él, empezaba a practicar lo que todo viejo decadente hace cuando sabe que pasará del lado de los perdedores: llenaba a Silvana de regalos y lujos que en la cama no podía desempeñar.

De pronto, mientras él succionaba y penetraba con rudeza a Silvana, ésta cansada del poco placer que ya le proporcionaba, le aventó con fuerza y gritó:

-¡Viejo decadente! ¡Jamás me harás venirme como Montre!

Era cierto que Silvana era malvada pero aún le altaba mucho para aprender a ser cruel y mortal, cuando reaccionó y miró como Couttou se le abalanzaba encima, empezó a sentir como el aire le faltaba y el miedo que hace mucho había olvidado, le vino de nuevo pero las sombras le abrumaban todo... hasta que todo eran sombras y sentía su cuerpo caer sin poder evitarlo.

Cuando despertó, de un salto quiso salir corriendo al ver a Couttou frente a ella, pero un agudo dolor la detuvo y Couttou sonrió satisfecho ante la sorpresa de Silvana.

-Mi amada Silvana, es probable que me hayas dado el mayor placer de mi vida y eso es lo que te agradezco, pero soy tu amo, tu señor, tu hombre pero no tu títere; tu placer me pertenece y pagué por él, no por tí; así que en este cofre me llevo lo que me pertenece.

Ante la mirada atónita de Silvana, miraba por última vez su clítoris retirado con tanto empeño y cuidado en un cofre donde también estaban los pezones de alguna otra doncella.


2 buzón de quejas:

Georgells dijo...

Wow!

El relato atrapa, sin duda. Tiene momentos sumamente sensuales y otros, francamente decadentes... quizá por ello tan seductores...

Pero el final me tomó por sorpresa!

Maestra!

G.

Malayerba Dárgelos dijo...

G:
Muchas gracias por el cebollazo!!! (pero considero que aún estoy en plastilina 1).

Espero seguirte sorprendiendo y claro, tus comentarios son más que bienvenidos y un gusto que haya sido de tu agrado.

Y si, procuro sorprender.

Besos y abrazos donde quiera que andes!

Eva:
Espero te guste tu petición y no haber decepcionado en el intento.

Mil besos y que todo siga bien.